La trampa del Estado y los conflictos geopolíticos

La trampa del Estado y los conflictos geopolíticos

Patricia Falagan de la Sierra, Graduada en ADE y Relaciones Internacionales, residente en Pozuelo.

[ Artículo publicado en el número 14 de la revista, año 2022 ]

En la Europa del Siglo XVIII apoyado en el idealismo clásico, George Berkeley formulaba su teoría del idealismo subjetivo o inmaterialismo en la que el fundamento del ser se encuentra en la percepción. Eres en la medida en la que eres percibido. Esta teoría define a la perfección las relaciones internacionales: una ficción generalmente aceptada. En palabras del profesor Miguel Anxo Bastos: “Decían los viejos catecismos que la astucia del demonio era hacer pensar que no
existía, la astucia del Estado es hacer pensar que existe
”. Y es que un Estado existe únicamente en la medida en la que los dos lo reconocen, es decir, en la medida en la que es percibido y es capaz de relacionarse.

Con la firma del Tratado de Westfalia en 1648 nacía el concepto de Estado moderno, definido por tres elementos: territorio, población y soberanía sobre los dos anteriores. Posteriormente, Heywood incluía el criterio más importante: capacidad de relación o reconocimiento. Taiwán o Kosovo son los ejemplos más conocidos de estados de facto, es decir, de Estados que, a efectos prácticos, funcionan como tal, pero carecen de reconocimiento. No sólo carecen, sino que además dedican grandes esfuerzos a la consecución del mismo, véase Taiwán en países de latino américa.

De esta manera, el Estado queda dibujado como algo, en cierto modo, imaginario¹. Sin embargo, y rescatando la primera definición de Estado formulada por Max Weber, el Estado es el monopolio legítimo de la fuerza. Este monopolio supone el uso de la fuerza para actuar como garante de ciertas normas. Esta es la principal diferencia entre Estado y Nación, así como la Nación surge de un conjunto de tradiciones y costumbre o sentimientos que unen a las personas de manera espontánea el Estado supone la imposición de un proyecto común.

El problema radica en quién hace los conflictos. El Estado como principal hacedor de la violencia, debido a que ejerce la coacción de forma directa sobre sus ciudadanos, también lo es hacia el exterior. Hans Morgenthau y la Escuela Realista denominan “razón de Estado” a la tendencia de engorde de los Estados ante el temor de dominio de los demás. Esta viene impulsada por el denominado “interés nacional”. Así, los que entran en conflictos y en dinámicas de poder son los Estados, no las naciones, no las personas.

Sin embargo, el Estado, como se mencionaba al principio, carece de entidad real, no es un ente, son personas. Y esas personas tienen sus proyectos vitales y morales. Para el profesor americano Loren Lomasky, las personas son por naturaleza perseguidoras de proyectos morales, en definitiva, es lo que les hacen personas. Por tanto, tienen derecho a ese espacio moral que les permita perseguirlos y que, a la vez, da la razón de ser al mío propio. El Estado cuando se sumerge en un conflicto geopolítico arroya ese espacio moral de los individuos que lo habitan. Los ejemplos son numerosos, el más actual la guerra entre Rusia y Ucrania.

Hace ya casi un año espectábamos la huida de millones de personas de una situación involuntaria que de repente les envolvía. Miles de personas que abandonaban sus proyectos vitales, su cotidianeidad, por una situación absolutamente ajena al devenir de sus vidas. En medio de una vorágine de una opinión en la que unos se posicionan con Rusia y otros con Ucrania, deberíamos posicionarnos con las personas.

A mi parecer, la sociedad actual debería verse forzada a reflexionar y a cuestionar ciertas la importancia que las sociedades otorgan a la figura del Estado. El caso de Rusia evidencia cómo millones de personas se hayan sujetas a un conflicto del que no quieren ser partícipes. Tras una sociedad idiotizada y dependiente de una instancia superior que comande su vida, van desvaneciéndose lentamente, arrastrados por eventos que responden únicamente al engorde de poder y un dominio artificioso sobre lo que no se puede dominar: el hombre.

Además, esta noción de la voluntad moral y los proyectos individuales de las personas que se esconden detrás del concepto de sociedad no es algo ajeno, sino que históricamente ya se ha demostrado cierto. Igual de numerosos son los ejemplos de conflictos entre Estados como las reacciones de las personas a ese instinto monopolizador del Estado, como por ejemplo el levantamiento del pueblo de Madrid en el 2 de mayo.

En definitiva, el tiempo que nos ocupa debería servir de llamada de atención para revisar los dogmas que tiene el pensamiento moderno sobre el Estado y su infalibilidad. A revisar el espacio moral que se les dejan a los proyectos morales individuales. En palabras de Robert Nozick el fondo de la cuestión radica en “don’t use people in specified ways” frente a “minimize the use in specified ways of persons as means

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