Bendita guerra fría

Bendita guerra fría

Manuel Ayllón, Arquitecto y escritor. Autor de «Granada 1936», «El caso Lorca» y «El enigma Goya».

[ Artículo publicado en el número 14 de la revista, año 2022 ]

El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín y después, en cuestión de horas, el gobierno de la República Democrática alemana abría sus fronteras con la República Federal. Todo ello supuso el fin de la Guerra Fría como reconocieron, tres semanas más tarde, los presidentes Bush y Gorbachov durante la cumbre de Malta en que la URSS y los EEUU daban por terminado el periodo político que nació en 1945 en el pacto de Yalta entre las potencia ganadoras de la IIª Guerra Mundial. Entonces, en Crimea, a las orillas del Mar Negro, Roosevelt y Stalin, y en menor medida De Gaulle y Churchill, habían alumbrado un escenario geopolítico que habría de regir a Europa en adelante. La conferencia de Malta suponía el final precipitado de aquel orden; se podría decir que la Guerra Fría nació en Yalta y murió en Malta. Once meses después de la caída del muro de Berlín se habían unificados las dos Alemanias mediante la adhesión de la RDA a la RFA.

Pareciera que había prisa en borrar la historia anterior y recomponer cuanto antes el tablero político europeo… y por ende el mundial. La caída del muro de Berlín fue el final del Telón de Acero, una expresión que había acuñado Churchill para referirse a la frontera ideológica que separaba a los países alineados con la URSS de los que lo estaban con los EEUU.

Todo esto ocurría como consecuencia de que, en 1986, durante el XXVII congreso del Partido Comunista de la URSS, Gorbachov, secretario general desde el año anterior, abogaba, forzado por las circunstancias, por unas reformas políticas, perestroika, del sistema soviético, cosa que asumió un año después el Comité Central. Se venteaba el final del comunismo en los países del Este. El viejo orden, acuciado por un creciente malestar popular ocasionado por la ineficiencia del sistema y una sobrevenida debilidad militar, se iba desmontando desde dentro de sus propios templos. Todo había comenzado seis años antes, en 1983, con un asunto que acabaría dando al traste con el sistema soviético: la “Guerra de las Galaxias”, un ambicioso y caro (5.000 millones de dólares de la época) proyecto del presidente Reagan para garantizarse una supremacía militar definitiva sobre la URSS. Para hacer frente a ese desafío americano y sostener la escalada militar propia de la “Guerra Fría” los rusos hubieron de elegir entre “cañones o mantequilla”, como formuló en 1910 William Bryan -un secretario de Estado del presidente Wilsony eligieron cañones porque, como diría Göring, “los cañones nos hacen más fuertes y la mantequilla más gordos”. Así que los rusos se quedaron sin mantequilla y, para colmo, tampoco pudieron igualar los cañones espaciales de Reagan y perdieron la apuesta y se quedaron sin cañones ni mantequilla…y ahí comenzó todo el desastre.

Los soviéticos habían perdido la partida. Desde entonces todo se precipitó. Sólo Ceausescu, desde Rumania, plantaba cara al liquidacionismo que se paseaba por los salones del Kremlin. El 25 de diciembre de 1989, apenas un mes después de la caída del Muro de Berlín, caerían fusilados el jefe comunista rumano y su mujer tras un sorprendente levantamiento popular encabezado por viejos comunistas devenidos en demócratas de toda la vida -Mazilu, Iliescu y Roman- que en poco más de una semana acabó con el régimen de Ceausescu.

Pese a que en marzo de 1991 se convocara un referéndum en la Unión Soviética y que el 78 % de los votantes optara por el «sí» a la continuidad de la Unión, el Tratado de Belavezha, promovido por el presidente de la RSFS de Rusia, Borís Yeltsin, disolvía de facto la Unión Soviética, al separarse Rusia, Ucrania y Bielorrusia. En abril de ese año desapareció Yugoeslavia dando paso a las Guerras Yugoslavas, entre Serbia, Croacia, Bosnia y demás neorepúblicas, y en enero de 1993 desapareció Checoeslovaquia para dar paso a Chequia y a Eslovaquia. En poco más de dos años la cumbre de Malta había dado la vuelta como un calcetín a la antigua URSS y la Europa del Este. Había desaparecido para siempre la Europa nacida al amparo del Pacto de Yalta. A partir de entonces, Rusia y su área de influencia han sido un continuo escenario de conflictos y tensiones de carácter geopolítico. Las Guerras Yugoslavas fue ron las primeras y la de Ucrania la última en llegar a escena.

Para valorar todo ello conviene volver atrás: al final de la IIª Guerra Mundial. El pacto de Yalta no fue la única política a aplicar sobre la derruida Europa Occidental que arbitraron los EEUU. Teniendo en cuenta que había sido la URSS quien había soportado en mayor medida la lucha contra el nazismo y que el día 2 de septiembre de 1945 las tropas soviéticas ocupaban el este de Europa y buena parte de Alemania y que la resistencia francesa contra los nazis, al igual que la italiana contra el fascismo, estaban dirigidas por los partidos comunistas francés e italiano, que estaban armados, resultaba evidente que las organizaciones comunistas tenían una posición preponderante en la construcción de la Europa que nacería tras la derrota alemana. El miedo al comunismo hizo que EEUU convergiera con la tesis inglesa de que el verdadero peligro próximo eran los partidos comunistas europeos y la fuerte presencia del Ejército Rojo en Europa. Los EEUU comprendieron que las organizaciones de izquierdas podrían hacerse con el poder político en Europa Occidental y que para eso había que evitar que la clase obrera siguiera ese camino. A tal fin diseñaron el Plan Marshall, un sistema de ayudas económicas a los países occidentales (20.000 millones de dólares de la época) que permitiera su reconstrucción y, con ello, unos niveles básicos de bienestar entre las clases populares que conjurara el peligro de la deriva comunista. Acababan de nacer los fundamentos del Estado de Bienestar que se construiría en la Europa Occidental de la posguerra. Libertad política, libertad económica, derechos sindicales, políticas fiscales progresivas y turnismo político entre los partidos socialdemócrata y democratacristiano, fueron sus características. “Mejor es pagar impuestos que perder las fábricas” decía un jefe de la patronal alemana. Con ello crecieron las clases medias y desapareció la pobreza; el Estado garantizaba el bienestar y el progreso. Todo para evitar el peligro comunista que según los jefes de ese nuevo orden “acechaba tras el Telón de Acero”.

Mientras hubo dos superpotencias, con un telón de acero de por medio y dos modelos económicos enfrentados, hubo un orden político que instalado en una «guerra fría» impidió las “guerras calientes”. Con la Guerra Fría se consolidó la democracia en la Europa Occidental, se desarrollaron los países del Este, disminuyó la pobreza en el mundo y las políticas imperiales de las dos superpotencias garantizaba la seguridad a sus aliados. En ese huerto universal los nacionalismos se consideraban una mala hierba y un factor de desestabilización, las guerras (Vietnam, Corea, etc…) eran escaramuzas periféricas en aquel juego de ajedrez cuyo tablero era el mundo, y en donde sólo quedó fuera del guion la creación del estado de Israel, algo que no pensaron en Yalta y que se les ocurrió a los ingleses para quitarse un problema en Palestina. El resto de los países nacidos durante la Guerra Fría eran fruto de la descolonización francesa o inglesa en África o Asia y nacían tan alineados como sus metrópolis. Véase la Commonwealth, aunque nacida antes de la IIº guerra, o la Comunidad Financiera del África Francesa nacida en 1945 al amparo de los acuerdos económicos de Bretton Woods.

Y como diría Fellini… “Y la nave va”… hasta que dejó de ir, …hasta que cayó el Muro y con él la Guerra Fría… y después muchas más cosas.

A partir de ahí fue todo muy deprisa porque se había introducido una nueva ecuación en la geopolítica, una ecuación inesperada, aunque muy deseada. “Si ya no hay enemigo…¿por qué defenderse de él?”, esa era la cuestión. Caída la URSS, deshecho el Ejército Rojo, desaparecido el PCUS, “¿Por qué sostener el precio del equilibrio” ¿Por qué sostener el Estado del Bienestar si ya no hay peligro comunista?” esas eran las preguntas que recorrían los pasillos de la Casa Blanca, el domicilio del nuevo leader mundial sin adversario, el nuevo axis mundi. Y a partir de ahí comenzaron todos los problemas.

Recordemos dos fechas: el 11 de septiembre de 2001 y 15 de octubre de 2008. Los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York y la quiebra de Lehman Brothers como consecuencia de la crisis bursátil por las hipotecas subprime en los EEUU que meses después pasaría a Europa.

El 11 de septiembre nació un nuevo enemigo para el Imperio: el islamismo. EEUU cambio la URSS por el Islam y pergeñó las bases de un nuevo orden: El Acta Patriótica aprobada por el Congreso de los EEUU el 26 de octubre de 2001 y que supuso un recorte de libertades y derechos constitucionales y la consagración de un nuevo enemigo exterior, pues sin enemigo del que defenderse se para el poderoso “complejo industrial-militar” que profetizaba el general Eisenhower, algo imprescindible en la economía de los EEUU. Si ya no habría guerra contra los comunistas rusos y sus aliados sí las habría contra el terrorismo islamista y sus
socios del “eje del Mal”. Siria, Irán, Irak, Afganistán y Corea del Norte según el catálogo de George Bush que John Bolton ampliaba a Cuba y Libia, aunque Condolozza Rice extendía a Zimbabue, Bielorusia y Birmania. Menos libertades políticas, más guerras nuevas, porque las habría para todos los gustos… todo iba bien; el complejo industrial-militar volvía a sacar rédito.

El 15 de octubre de 2008, la otra fecha fundacional del misterioso nuevo orden mundial, nacieron los fundamentos de un sistema económico que se apoyaba en un evangelio nuevo de cuatro palabras muy viejas: crisis, precariedad, recortes y deuda. Se trataba de ir hacia adelante dando pasos hacia atrás, de buscar acomodo en una cueva vieja y ya sabida a la que se adornaba con una nueva tecnología. Austeridad y tecnología eran los nuevos lenguajes, la “neolengua” de un mundo globalizado donde las corporaciones financieras ocupaban el lugar de los estados nacionales.

Desde entonces todo ha ido a peor: los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres, la brecha entre afortunados y desgraciados separa las orillas de la convivencia, el Estado de Bienestar se adelgaza conforme crece la deuda pública, la precariedad se instala en la vida cotidiana y la geometría social se redibuja y… ¿quién se lleva la peor parte? …sin duda la clase media, la gran beneficiada por el Estado de Bienestar y hoy la gran perjudicada por el nuevo orden derivado de la única potencia dominante. El descenso, y a veces la destrucción, del bienestar con la complicidad de las elites gobernantes, ha producido una profunda insatisfacción con el funcionamiento de la democracia; no es incorrecto asegurar que Democracia y Estado de Bienestar están asociados. La definición sustantiva de democracia incluye una serie de derechos que están siendo vulnerados (igualdad de oportunidades, libertad de pensamiento, respeto a la identidad, etc.…) y por eso afloran sentimientos que han sido ajenos al discurso político liberal en épocas de crecimiento y bienestar. Los nacionalismos, integrismos, fundamentalismos, populismos de izquierda o de derecha, sentimientos de exclusión, etc.…crecen mientras disminuyen los recursos del Estado de Bienestar y crece la concentración de capital. El distinto como enemigo, la identidad como bandera, lo tribal como fundamento ocupan el lugar de lo cosmopolita, lo liberal, la tolerancia, y por ello, de manera comprensible pero injustificable, lo que es local, “lo nacional” se convierte en hegemónico y las fronteras renacen para acotar territorios y, además, pensamientos. De ahí los nuevos conflictos que nos llevan a escenarios espirituales tan antiguos que se creían superados y que se fundamentan en el miedo a lo distinto.

Este nuevo neomedievalismo disfrazado de tecnología y alimentado por el miedo y la incertidumbre es quien soporta las disputas que han brotado como setas tras la lluvia desde que la potencia hegemónica se quedó sin enemigo y decidió buscarse otro mientras, ya de paso, suprimió todo aquello que consideraba innecesario para su misterioso nuevo orden mundial. Visto todo esto…¿no vivíamos más seguros bajo la Guerra Fría?

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